Nació,
y los ojos,
pequeños
nuevos espejos al mundo,
se
abrieron como nacen los deseos:
de
repente, y brillantes y luminosos,
con
la ilusión de que se conviertan en realidades,
con
el afán de hacerlos cumplir,
con
la impaciencia de verlos realizados pronto.
Mimetizaron en invierno
el
olor gris del humo
que
sale de las chimeneas.
Mimetizaron
en primavera
el
silbido dorado del viento
entre
los campos de trigo.
Mimetizaron
en verano
el
gusto azulverdoso del mar.
Mimetizaron
en otoño
la
rugosidad parda de una hoja.
Pero
también las tinieblas que ofrecen
los
interrogantes de difícil respuesta,
de
qué manera se apagan las estrellas centelleantes,
las
dimensiones colosales del terreno de batalla,
la
sangre sólidamente roja
deslizándose
fuera de las venas humanas.
Absorbieron
todo lo que pudieron absorber.
Y
un día ya no pudieron absorber más.
Los
colores, las figuras y las medidas
le
estallaron en los ojos.
Como
grandes globos llenos de pintura.
Iris
descoloridos, cuerpos contraídos.
Cristalinos
gastados, objetos difuminados.
Ceguera
parcial.
Córnea
desgarrada, sombras alargadas.
Retina
rota, ausencia de formas.
Ceguera
total.
Aprendió
a vivir otra vida.
La nariz vio el miedo que sentían las personas
según
el olor más o menos intenso
que
exhalaba la piel de cada una de ellas.
Los oídos vieron los secretos y mentiras
que
se escondían detrás de las puertas que los demás
cerraban
tras de sí casi en silencio.
La lengua vio a otras lenguas enredarse y comer
en
un lodazal de falsas pasiones.
Las manos vieron a otras manos solitarias y tristes
que
se abrían solicitando a las suyas
que
las acariciaran lentamente
—y
así lo hacía,
aunque
seguían siendo solitarias y tristes—.
Pero
la nariz también vio la fragancia particular
que
desprenden los enamorados.
Los oídos vieron cómo una boca oscura de pesadumbre
le
cuenta una pena a otra boca
que
le contesta palabras de ánimo rojas.
Como
frutos pendiendo de la rama de un árbol
a
punto de caerse y ser degustados,
la lengua vio madurar sus ideas al sol de octubre.
Las manos vieron la energía y el calor
que
irradian los demás cuerpos.
Amó
más intensamente.
Vivió
más intensamente.
Vivió
una segunda vida.
Y
un día su vástago también abrió los ojos
como
nacen los deseos.
He aquí un poema que tiene mucho de carácter narrativo.
ResponderEliminarMe encantan los poemas narrativos: son cuentos poetizados; este cuenta una historia agridulce de bache y superación.
ResponderEliminarUn abrazo.
me gusta como escribes maravilloso joven mujer bella
ResponderEliminarGracias a los dos por vuestros comentarios.
ResponderEliminarque vonito tu vlog
ResponderEliminarGracias, KaroCarlos. Te animo a que lo sigas leyendo.
ResponderEliminarDe alguna manera todos aprendemos a vivir otras vidas... a fuerza de decepciones, errores, desengaños... en realidad somos unos supervivientes.
ResponderEliminar¡Qué remedio, Toro, hay que ser fuertes!
Eliminar