jueves, 1 de octubre de 2020

EL DETECTIVE



 
Entró en el piso, un primero. El recibidor estaba todo revuelto. Se giró y miró la cerradura de la puerta de entrada: no parecía que la hubieran forzado. Volvió nuevamente la cabeza y observó la estancia. Algunos objetos los habían tirado al suelo, como el perchero y el paragüero, por lo que prendas de ropa y un par de paraguas se desparramaban por el parqué. Los cajones de una mesita auxiliar —sobre la que descansaba un teléfono, un bloc de notas pequeño y un bolígrafo— estaban abiertos; en ambos el contenido eran documentos y cartas: el de la derecha había sido removido bruscamente, y el de la izquierda, extraído y lanzado al pavimento.

Caminó entre las cosas, con cuidado de no pisarlas, hasta la siguiente pieza, la cocina, que le quedaba a la izquierda. Aunque la luz estaba apagada, no la encendió, ya que no le hizo falta. Sobre las baldosas y azulejos, reflejos dorados y rojizos provenientes de la ventana lo iluminaban todo, y pudo comprobar el contraste que existía con respecto al recibidor: excepto una balda colgada en la pared, al lado de un interruptor, que tenía las medidas estándares de un microondas y estaba vacía —lo que indicaba que ese aparato había desaparecido—, lo demás permanecía intacto.

A continuación llegó al salón. El aspecto que ofrecía se parecía bastante al del recibidor, pero aún peor porque el desorden era mayor. Los compartimientos de los muebles estaban abiertos; todo aquello que guardaban había sido meneado, como si alguien buscara algo en concreto, y puesto descuidadamente en otro sitio o arrojado al suelo. Los huecos que debían ocupar el televisor, el DVD y el equipo de música se los encontró despejados; una capa de polvo era todo lo que había quedado. Un sentimiento de devastación le recorrió el cuerpo. Dirigió su mirada a la ventana: estaba abierta de par en par. El aire soplaba un poco fuerte, lo que provocaba que las cortinas ondearan. Las apartó y se asomó. Miró detenidamente a lo largo de la calle, pero no había mucho que ver porque en ese instante no pasaba nadie. Al notar el viento fresco en su rostro, la sensación de desolación disminuyó. Le apetecía fumarse un cigarro, aunque quizá no era un buen momento. Un rumor de pasos le hizo descartar definitivamente la idea. Giró la cabeza y miró en dirección a los dormitorios. Las luces estaban encendidas.

Avanzó sigilosamente por el pasillo. La primera de las habitaciones, el estudio, se situaba a la derecha. Entró. Posó los ojos en el escritorio, donde una señal de dimensiones no muy grandes y forma rectangular le hizo intuir que se habían llevado el ordenador portátil. Aparte de eso, no advirtió nada más fuera de lo normal.

A la misma altura pero en el lado izquierdo se ubicaba el cuarto de baño. Se asomó. Como en el salón, las puertas y los cajones de los pequeños armarios estaban a medio abrir, y lo que había dentro, revuelto.

Continuó por la izquierda del pasillo y llegó a la habitación infantil. El caos también reinaba allí, con prendas de ropa y juguetes esparcidos aquí y allá. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fueron unas gotas rojas que ensuciaban el parqué. Se agachó, sin tocarlas: eran recientes porque todavía estaban húmedas, y desprendían un olor un poco fuerte.

Siguió el rastro rojo, siempre con sigilo, que le llevó al dormitorio principal. La puerta no estaba completamente cerrada. Permaneció en el dintel, observando. Encima de la cama de matrimonio había un montón de objetos, sobre todo ropa. El suelo estaba lleno de cajas de cartón y otros paquetes embalados. En medio de la habitación una mujer, de espaldas a él, guardaba cosas en una maleta abierta sobre el lecho. La lámpara de techo estaba justo encima de ella, así que el haz de luz incidía totalmente sobre su persona, y él pudo ver perfectamente que sus cabellos castaños y ondulados quedaban recogidos en un moño del que se le habían soltado algunos rizos que se deslizaban por el cuello. También apreció que la camiseta se le había descolocado de un lado, lo que dejaba al descubierto el hombro derecho, de color tostado, y, como llevaba una falda corta, un lunar en el muslo izquierdo.

El detective empujó ligeramente la puerta y pasó en silencio; aun así, ella se dio cuenta de su presencia y se giró. Se contemplaron sin pronunciar palabra alguna. Ella le miró larga, profundamente, como queriendo dar las explicaciones sin tener que decir nada; y él, aunque ya sabía lo que estaba sucediendo, lo hizo de manera interrogadora. Entonces su mujer empezó a hablar. A veces tranquilamente; otras, atropelladamente.

Le dijo que estaba harta de su trabajo de detective porque le dedicaba mucho tiempo, por lo que se veían poco y casi no compartían actividades juntos; que ese tema ya lo habían comentado en otras ocasiones y él prometía que se esforzaría en cambiar aunque no era así. Había encontrado un piso de alquiler cerca del centro no muy grande pero confortable; más adelante, cuando la situación se estabilizara, buscaría otra vivienda mejor. Había contratado una empresa de transporte cuyos trabajadores vendrían a la mañana siguiente y la ayudarían con la mudanza.

Él también quiso opinar. Le hubiera gustado decir que, aunque no cuidaba la relación como ella esperaba, aún estaba enamorado. Pero siempre había sido un hombre parco en palabras, característica quizá aún más acentuada por su profesión, y en ese momento no supo muy bien cómo expresarse, así que no la interrumpió. Simplemente se quedó en mitad del cuarto, mirando a su mujer cansadamente… y a su hija de cuatro años, que transportaba una caja de acuarelas y otros juguetes para meterlos en una mochila.


12 comentarios:

  1. El amor, si no se cuida, puede acabar desvalijándonos como un vulgar ladrón. De lo mejorcito que te he leído.

    Un abrazo.

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  2. ¡Gracias, José Antonio! Siempre me anima mucho recibir tus comentarios.

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  3. Me has descolocado.
    Al principio pensé en un robo, o allanamiento por cualquier motivo.

    Es peor.
    Es la desaparición de unos sentimientos.
    Y una niña camina bajo una tormenta de emociones.

    Muy bueno.

    Besos.

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  4. Me gusta el género negro, pero pensé en darle una vuelta de tuerca para hablar de una escena intimista.

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  5. Te leo y sonrío abrazos siempre

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  6. Me gusta mucho tu relato , tiene una tensión narrativa especial.

    Un abrazo

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    1. Gracias, Pablo. Retomo el blog pasado el verano con la idea de que en los próximos posts publicaré relatos de la extensión de este.

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  7. Hola Sandra es la primera vez
    que te visito y sinceramente
    me agrado mucho lo que escribiste,
    si me lo permites me quedare para
    seguirte.

    Besitos dulces
    Siby

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    1. Me alegro de que te guste, Siby. ¡Bienvenida!

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  8. Pues sí, como marido o pareja casi peor que de detective, ya que no se vio venir el desenlace a pesar de las muchas pruebas. Cargar con el microondas me ha parecido un detalle de cierta crueldad, porque supongo que lo único que sabía hacerse era calentar y descongelar. En fin, dura la vida.
    Gracias por tu relato Sandra

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    1. Pues lo del microondas no se me había ocurrido desde esa perspectiva, ¡jaja! Quizá no ha sido muy práctico por parte de la mujer cargar con el microondas para arriba y para abajo...

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