domingo, 1 de noviembre de 2020

IVÁN IVANOVICH

 

Iván Ivanovich esperaba en el salón a que llegaran los invitados. Su grupo de amigos se reunía el primer jueves de cada mes desde hacía varios años. La vida familiar y laboral de todos ellos impedía que quedaran con más asiduidad, así que esta era una manera de verse regularmente y ponerse al día. Cada vez se organizaba en un sitio diferente, y en esa ocasión se decidió preparar el encuentro en casa de Iván. Aunque le gustaba asistir a ellas, su trabajo no le permitía acudir a todas las convocatorias, por lo que lo hacía siempre que podía. Sin embargo, aquel día no le apetecía mucho recibir visitas. No se encontraba muy bien. Pero ya era demasiado tarde para cancelar el evento.

Nadia, la asistenta, entraba y salía a menudo ultimando los preparativos. Iván la observó. Se movía rápida y silenciosamente. Trabajaba para él desde hacía cuatro meses. Su profesión de periodista, que le obligaba frecuentemente a pasar largas temporadas en el extranjero, fue el motivo principal por el que contrató a alguien que realizara las tareas domésticas. Aunque era eficiente y discreta, no era menos cierto que también era seria y reservada, poco dada a las bromas y a las conversaciones íntimas, y quizá hubiera preferido a una persona más habladora y cercana.

La mujer disponía las tazas y cubiertos y otros utensilios en una mesa auxiliar. A Iván le encantaba el té y tenía la costumbre de tomarlo todas las tardes, así que esa vez tampoco podía faltar, pero hizo añadir más tipos de bebidas y alimentos para que todos los presentes se sintieran satisfechos. Se dio cuenta de que una de las tazas estaba ligeramente resquebrajada por el borde. Qué raro que Nadia hubiera pasado por alto ese detalle, con lo metódica que era. Cuando iba a pedirle que la cambiara, sonó el timbre. Se levantó para contestar y se olvidó del asunto.

Los primeros invitados llegaron. Iván los recibía y los hacía pasar al salón. En aquella ocasión acudieron muchos amigos, y pronto el salón se llenó de voces y risas. Algunos se quedaron de pie, otros sentados, pero todos conversaban animadamente. Nadia se movía, con su discreción habitual, entre los asistentes sirviéndoles la bebida y el refrigerio. 

Iván se sentía bastante fatigado. Se sentó en una butaca. Le dolía la cabeza, la notaba muy pesada, como si le hubieran arrojado a ella cientos de objetos pesados. Uno de sus amigos lo advirtió y le preguntó:

—¿Estás bien, Iván? Tienes mala cara.

—Sí, me encuentro mal. Desde hace un tiempo mi estado de salud está empeorando. Sufro vómitos, diarrea; incluso noto que se me cae más el pelo que antes.

—Deberías ir al médico.

—Sí, tienes razón. No le he dado la suficiente importancia y lo he ido dejando. Pero pediré cita.

—Si disculpa mi intromisión, señor —intervino Nadia—, me permito decirle que quizá no haga falta que vaya al médico. Creo que con una buena alimentación y reposo se le pasará.

—Puede ser, Nadia, pero prefiero que me visite el médico.

Iván calló y se quedó pensativo. ¿Desde cuándo padecía esos dolores? Siempre había gozado de una buena salud. Quizá desde hacía un par de meses, más o menos…

De repente la asistenta gritó nerviosa en mitad del salón.

—¡Señor Kornakov, esa no es su taza! —El amigo había cogido la que tenía el pequeño desperfecto—. ¡Esa es la del señor Ivanovich! ¡La suya es aquella! —Señaló vagamente otra.

Iván salió de su actitud distraída y la miró, extrañado. Le pareció que había reaccionado algo mal por un error poco relevante. Incluso los invitados se dieron cuenta del exabrupto, ya que se quedaron en silencio contemplando la escena; cuando la reunión se hubiera acabado, le llamaría la atención.

Dio un respingo en su butaca. Su trabajo de periodista en un diario contrario al Gobierno ruso, su oposición a Vladimir Putin y al conflicto checheno… Entonces comprendió.

19 comentarios:

  1. Con qué facilidad entretejes los hilos de esta inquietante historia que recuerda a esas mafias con ojos en todas partes.

    Un abrazo.

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    1. Lamentablemente ejercer el oficio de periodista es arriesgado, y en ciertos países más que en otros.

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  2. Interesante el cuento. Y gracias por tus felicitaciones, Sandra.

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  3. Maravilloso, me agrada mucho
    como cuentas esa historia,
    te quedo interesante.

    Besitos dulces

    Siby

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  4. Nadia al servicio de Putin.
    Era Polonio, verdad?
    Muy bueno.

    Besos.

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  5. Sí, el relato está inspirado en casos reales de periodistas rusos envenenados.

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  6. Me gustas me gustan
    tus letras

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  7. Gracias, Recomenzar. Eso intento, que gusten.

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  8. Me ha gustado mucho. Cuando lo creas oportuno, échales un vistazo a los míos aquí... https://provermios.blogspot.com/ Salu2, Sandra, y gracias por anticipado.

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    1. ¡Gracias por el comentario, valen2, y por remitirme a tus otros blogs!

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  9. Equivocarse de taza en Rusia es un asunto delicado. Muy buen relato.

    Saludos

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    1. ¡Sí, jaja! 😀 Bienvenida al blog, Marga.

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  10. Interesante tu historia y el entretejido en ella. Te mando un saludo.

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  11. Me ha gustado mucho cómo recreas el ambiente, casi como Nadia. Gracias por el relato

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