La nación estaba de
celebraciones. Ese año se festejaba un doble aniversario: por un lado, el rey
cumplía setenta y cinco años, y por otro, llevaba treinta en el trono. Para
conmemorar tan especial efeméride, el
monarca decidió organizar un evento en el palacio real para las personalidades
públicas más importantes del país; los varios problemas de salud de los que
estaba aquejado en los últimos meses no fueron un impedimento. El homenaje
coincidió con la época de Carnaval, así que el soberano, de carácter bromista,
quiso que fuera un baile de disfraces temático. Y dispuso la siguiente
condición: que los invitados se vistieran de animales. Así pues el día del
evento el rey se disfrazó de elefante; le añadió a su traje un pequeño detalle:
una mancha roja en la espalda simulando sangre por un tiro de escopeta (así
manifestaba que era un apasionado de la caza). Deseaba que los asistentes
llegaran y comparar la originalidad de los atuendos.
De entre los primeros
en llegar destacaron los secretarios generales de los dos sindicatos
mayoritarios del país, que se habían puesto de acuerdo en el disfraz. Se
echaron a reír cuando más tarde se encontraron con el presidente de la
patronal. Y es que este también había coincidido en el traje: de zángano.
La secretaria general
del partido gobernante, de mantis religiosa, habló largo rato con el empresario
más rico del país, de cerdo, para proponerle que aportara una cantidad
económica con que financiar el partido, y con el gobernador del Banco Central,
de rata, para negociar un crédito a un interés más bajo de lo habitual.
Muchos de los
presentes, en algún momento u otro de la noche, buscaron al presidente del
Tribunal Supremo de Justicia, de búho, para intentar sobornarle y que este archivara
las causas por las que estaban siendo o iban a ser procesados.
La velada fue
transcurriendo. El jefe de la oposición, de asno, echaba de menos a alguien con
quien discrepar. Y es que el presidente del Gobierno aún no había llegado. Si
comparecía, le reprocharía que desde que estaba en el poder hubiera impuesto
una serie de recortes en todos los ámbitos, en especial en la sanidad y la
educación, y reformado varias leyes. Todo ello hizo que los ciudadanos
sufrieran un retroceso de los derechos sociales, lo que provocó que demostraran
su descontento en manifestaciones que llenaban el espacio público día sí, día
también. Para contrarrestar eso la clase política dominante manipulaba los
medios de comunicación y sacaba a la calle a las fuerzas de seguridad, con lo
que, a su vez, los ciudadanos también vieron mermados los derechos civiles.
Finalmente llegó. Entró
en la sala de recepción. Vestía de blanco. Iba acompañado de varios
guardaespaldas, de escorpiones. El séquito se dirigió al salón de baile. Después
de recorrer un largo pasillo, el grupo se detuvo ante la puerta de la estancia,
cerrada, durante unos segundos.
En ese corto espacio de
tiempo, alguien de los que formaban parte de la comitiva sacó sigilosamente un
arma blanca de entre sus ropajes. Rápidamente se la clavó al presidente en el
costado derecho. Este abrió los ojos y se encogió. El atacante cogió el arma y
se la volvió a hundir en la carne. El presidente gritó y se retorció.
En ese momento las
puertas de la sala de baile se abrieron. El presidente se tambaleó y cayó
dentro del salón, a cuatro patas. Se creó una gran expectación. El disfraz de
cordero degollado del máximo responsable político del país era de un gran
realismo; especialmente lograda estaba la sangre, que se deslizaba intensamente
roja en contraste con el blanco. Causó un fuerte impacto. Los invitados
prorrumpieron en gritos de admiración y aplausos.
Brutal!!!
ResponderEliminarBuenísimo.
Lo has clavado.
Lo escribí hace unos años pero creo que el tema que trata aún sigue vigente.
EliminarJaaaaa esta buenísimo,
ResponderEliminarme hiciste reír mucho.
Besitos dulces
Siby
Me alegro de que el relato te haya hecho pasar un buen rato, Siby.
EliminarOh rayos, ese payaso está tétrico. Y totalmente opuesto el relato: entretenidísimo. Saludos.
ResponderEliminarSí, siempre me han parecido que los payasos tienen algo de inquietante. Saludos.
EliminarUnos disfraces que representan con cristalina transparencia al personaje público que ridiculizan. Un esperpento delicioso. Parece sugerir que no hay ni uno bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes razón en lo último que dices; quizás el que más se salva es el búho, que representa el juez.
ResponderEliminarLeerte es como que el aire fresco de la primavera entrara por mi ventana
ResponderEliminarGracias, Recomenzar, por tus animosas palabras.
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