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El
pianista entró en la sala. Cecilia se enamoró instantáneamente. Era alto,
atractivo y vestía elegantemente. Se sentó y con aire concentrado empezó a pulsar las teclas. El rostro
reflejaba la pasión que sentía. Los dedos, largos y delgados, se movían ágiles
y seguros. Cecilia imaginó que el músico acariciaba el cuerpo de ella con la misma intensidad
con la que tocaba el instrumento. Decidió esperarle a la salida para
presentarse y conocerle. Lo que ella no sabía era que la profesión no daba
grandes cantidades de dinero y que esas mismas manos enfundadas en guantes blancos tocaban el piano con la
misma agilidad y seguridad con la realizaban otras actividades no tan lícitas.
Es el sino de quienes desempeñamos alguna actividad artística: no poder dedicarnos a ello plenamente y tener que trabajar en otra cosa para vivir. Siento cierta simpatía por ese ladrón de guante blanco. Total, para que se lo lleve el gobierno de turno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, de ladrones de guante blanco hay de diferentes tipos...
EliminarManos habilidosas pueden tener habilidad para el bien y para el mal de igual manera.
ResponderEliminarAsí es, ¿pero en este caso podría estar justificado?
ResponderEliminarVaya con el pianista... si es que no te puedes fiar de nadie.
ResponderEliminarBesos.
De poca gente te puedes fiar, Toro
EliminarQue tal, buen pianista
ResponderEliminary en el fondo.????.
Besitos dulces
Siby
Como dijo el personaje de Jack Lemmon al final de "Con faldas y a lo loco": "Nadie es perfecto", Siby, jiji.
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