lunes, 11 de marzo de 2019

UN REGALO DE CONVALECENCIA, FINALISTA EN EL VI CONCURSO DE RELATOS BREVES PROJECTE LOC / AJUNTAMENT DE CORNELLÀ DE LLOBREGAT

      Marta miró con una sensación de entre decepción y enfado aquel objeto, que descansaba sobre el escritorio desde hacía algunas horas, cuyas medidas aproximadamente eran de doce centímetros de ancho por dieciocho de largo. El exterior, de diferentes colores, estaba formado por un material más duro que la parte interior, más fina, y blanca y negra. Encima de la mesa de trabajo había otras muchas cosas, apiladas de forma bastante desordenada, pero el elemento en cuestión estaba apartado deliberadamente de lo demás, como si se tratase de algo peculiar y extraño, perteneciente a una singular especie.
Recordó el momento en que se lo dieron. Debido a una enfermedad temporal, que la había obligado a estar recluida en casa durante una semana porque era contagiosa, y de la que aún se estaba recuperando aunque se encontraba mejor, su tía la fue a visitar una tarde a primera hora. «Un regalo para que se te haga más llevadera la convalecencia», le dijo, sonriente, mientras le entregaba un pequeño paquete. Marta lo abrió, ansiosa. Un sentimiento de desencanto apareció en su rostro por unos segundos: era… ¡un libro! Intentó ocultar su desilusión devolviéndole la sonrisa y agradeciéndole el obsequio. «Se trata de un clásico de la literatura juvenil; seguro que te gusta.» Su tía era licenciada en Filología Hispánica, y en los escasos ratos libres que le dejaba su trabajo de correctora de textos en una editorial, el estudio de idiomas y otras tareas, escribía relatos y poemas que enviaba a certámenes literarios —había ganado o quedado finalista en varios de ellos—. Intentaba transmitir la pasión que sentía por la lectura a su sobrina; sin demasiados buenos resultados hasta ese momento, a decir verdad.
Miraba con creciente irritación el libro. Su tía, tan avanzada en otras cuestiones —sociales y políticas, sobre todo—, en el ámbito de la tecnología se había mostrado poco moderna: al menos se lo podía haber regalado en soporte digital. Pero no: ¡un libro impreso, con sus 382 páginas! ¡Con lo pesa y ocupa un libro impreso, en comparación con uno digital! En realidad, le hubiera gustado recibir algún dispositivo electrónico de última generación, como una videoconsola, una tableta, un iPhone…
El médico le había recomendado reposo absoluto. Pero Marta, aburrida tras varios días sin poder salir de casa, había planeado su fuga aquella mañana para reunirse con sus amigos. Cuando sus padres descubrieron el intento de huida, le prohibieron el uso de ciertos aparatos, como el ordenador o el teléfono móvil, durante una jornada como castigo; sí podía utilizar el equipo de música y el televisor, este último solo para ver películas. Así que llevaba horas sin mandar ni recibir ningún wasap, sin navegar por internet, sin chatear ni acceder a ninguna red social. ¡Estaba aislada socialmente de una manera total! ¡Eso era completamente inhumano, y sus progenitores no estaban siendo nada razonables!
Como le habían vetado el ordenador, no podía ver on-line su serie preferida de animación manga. Un ser enigmático y gigante, procedente de otro planeta del universo, había llegado a la tierra con el deseo de apoderarse de ella y gobernarla gracias a sus poderes maléficos. P., prototipo de hombre fuerte, audaz e ingenioso, se encargaría de impedírselo a toda costa, manteniendo un feroz y largo —muy largo— combate contra el monstruo en el que estaba en juego el futuro de la humanidad.
Así que se acercó al escritorio. Finalmente, tras muchas dudas, decidió asir el libro por una punta, con cierto desprecio. Leyó el título, de grandes letras negras. Le resultaba familiar: ¡ah, sí!, no hacía muchos meses habían estrenado la versión cinematográfica; Marta se quedó pasmada: si podía descargarse gratuitamente en internet la película y verla, lo que suponía emplear menos tiempo y esfuerzo, ¿por qué razón tendría que leer la historia? Un poco más abajo, en letras más pequeñas, el nombre del autor; aunque su tía le había dicho que era un clásico, le era totalmente desconocido para ella, y pensó que lo mismo la podría haber escrito el vecino del quinto que el pescadero del barrio. Y casi al final de la cubierta, en letras aún más menudas, la editorial. Lo que más le llamó la atención fue la ilustración, grande y colorida, que el dibujante, con un poco de trazo e imaginación, había conseguido plasmar con resultados más o menos aceptables. Lo abrió. El olor característico de los libros nuevos le llegó a la nariz, olor a nuevo: a mundos nuevos, personajes nuevos, situaciones nuevas. Pasó varias páginas: la primera en blanco, algo que no entendió; en la siguiente estaban escritos el título de la obra y el escritor —¿pero no lo habían puesto ya en la tapa? —; una en la que había indicado la editorial, los derechos de autor, el año de publicación y el de las diferentes reediciones, otra con la dedicatoria y otras tantas que ocupaban la introducción. Finalmente el inicio del relato.
Leyó la primera frase: no sintió una gran emoción ni nada por el estilo. Leyó la segunda: tampoco le pareció especialmente interesante. La tercera le resultó más atrayente. Con la cuarta notó que la curiosidad se iba apoderando de ella, y a la quinta oración ya estaba devorando el libro.
Se tumbó en la cama. Como dos enamorados debutantes al rozarse levemente en su primer contacto físico, sentía en sus dedos el tacto suave de las páginas cuando las pasaba. Como dos enamorados debutantes al rozarse levemente en su primer contacto físico, oía el crujir de las páginas cuando las pasaba. Sus ojos, ávidos por descubrir y conocer todos los secretos que encerraban aquella historia, se movían de izquierda a derecha lo más rápido posible, dejando atrás línea tras línea.
Y se olvidó completamente de los dibujos animados. Y no echó en falta, aunque aquel día de todos modos no podía por la prohibición, el programa concurso que acostumbraba a ver por las tardes en televisión: aquel que estaba conducido por un presentador que también podría haber protagonizado un anuncio publicitario de pasta dentífrica, a juzgar por su constante y ancha sonrisa blanca, y en el que los participantes, en medio de la presión que suponía ser humillado por el público con abucheos y gritos cuando acertaba y con vítores cuando era eliminado, debían acertar preguntas supuestamente de carácter cultural para ganar importantes premios en metálico que pocos conseguían a pesar de que las preguntas eran relativamente fáciles.
Y cuando Jason —su perro, cuyo nombre lo había tomado del actor de moda en el cine, un musculoso joven de piel bronceada y grandes ojos verdes por el que todas las adolescentes suspiraban— entró en la habitación y ladró porque era la hora de pasear, no le hizo caso; el animal salió del cuarto gimiendo y con el rabo entre las piernas.
Marta permanecía en su dormitorio, leyendo. Situada ya totalmente en el hilo argumental, seguía con gran atención las características físicas y psicológicas de los personajes, sus movimientos y los lugares donde transcurrían los hechos. No se perdía ningún detalle, por pequeño que fuera, y la acción se la podía imaginar de tal manera que le parecía que sucedía en ese mismo momento, delante de ella, y se sentía como si fuera la protagonista.
Y cuando llegó la hora de cenar, aún continuaba con la novela. Al no permitírsele leer en la mesa dejó el libro, muy a su pesar, encima de la cama. Como estaba deseando retomar la lectura, se comió la tortilla de coliflor, aunque no era de sus comidas preferidas precisamente, deprisa y sin rechistar. Un gesto de sorpresa apareció en el rostro de la madre. Incluso el padre apartó durante unos segundos los ojos del partido de fútbol que estaban retransmitiendo en la televisión para observar a su hija.
Se volvió a involucrar en la trama. Y cuando miró su reloj eran ya las doce. Marta se asombró de lo rápido que el tiempo había pasado. Pero continuó leyendo. Al día siguiente no debía despertarse pronto, así que podía quedarse desvelada hasta altas horas de la madrugada.
Marta cerró de golpe el libro. Se lamentó de que la historia hubiese llegado a su término. Sentada en la cama, revivió la acción y sus personajes en su mente durante unos minutos. Notó en sus ojos el cansancio de haber estado leyendo durante horas, de manera que decidió apagar la luz y acostarse. Antes de apoyar la cabeza en la almohada y caer rendida, pensó qué nuevo relato empezaría a leer al día siguiente. En casa sus padres tenían bastantes libros; alguno habría que le pudiera interesar. Ya avanzada la madrugada oyó ruidos. ¿Estaba soñando? El rumor persistía. Se levantó, abrió la puerta de su habitación y se quedó escuchando. El ruido procedía del comedor. Sigilosamente —como emulando a un personaje de ficción— avanzó por el pasillo y se dirigió hacia esa estancia. Encendió la luz. Estupefacta, vio como Jason, encaramado a la librería, había tirado al suelo la mayoría de los libros y destrozado.




El cuento Un regalo de convalecencia, de Sandra Fernández Jurado, quedó finalista del mes de enero en el VI Concurso de Relatos Breves Projecte LOC (Lectura de l'Orfeó a Cornellà), una asociación cultural de Cornellà de Llobregat (Barcelona) que fomenta la lectura mediante diferentes propuestas y actividades. El texto, junto con los otros finalistas y los ganadores de cada mes y el absoluto, será recogido en una antología. El acto de entrega de premios y la presentación del libro se llevará a cabo el 10 de mayo, a las 19.30 h en el Castell de Cornellà, del que os daré cuenta más adelante.

3 comentarios:

  1. Gracias al jurado por confiar en este relato. Estáis todos invitados a la entrega de premios, el viernes 10 de mayo a las 19.00 h.

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  2. Hola, gracias por este espacio. Tengo una pregunta, por favor:

    Pudiste adquirir un ejemplar?
    Yo, envié un poema, y no pude comprar la antología (vol III).

    Al menos quiero saber si fui incluido aunque no les compré mi ejemplar personal como me lo explicó la editorial.

    Mi poema se titula:
    Cencerro de muerte
    Gabriel lidueña
    País colombia


    Gracias por tu colaboración


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    Respuestas
    1. No, no compré ningún ejemplar aunque la editorial me dijo que podía hacerlo si así lo quería. Pero para saber si fuiste publicado no hace falta que compres el libro. A mí la editorial me avisó a través de un email que me habían seleccionado.

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